Anécdota personal trascendental.

Me culparon de algo de lo que no fui responsable cuando tenía 11 de edad. Estaba en sexto de primaria y un niño de tercer grado aseguraba que yo lo había tirado metiéndole el pie mientras él corría hacia su salón de clases al finalizar el recreo. Pasó a un lado mío mientras yo estaba parado aún en el patio, es cierto, pero, con lo que él había tropezado fue con el tubo de una toma de agua clausurada que no era tan visible y que irresponsablemente la habían dejado ahí desde hacía mucho tiempo atrás. Mi injusto castigo vino al siguiente día, inesperadamente ya que yo no tenía responsabilidad en la caída del niño no me escondí ni había faltado a la escuela con la espera de que eso se esfumará o se quedara como un accidente sin más. Pero, no fue así. Al día siguiente del accidente de pronto y a primera hora noté que se acercaban muy de prisa el niño, la mamá del niño y la maestra de el niño hacia mi, fue ahí cuando sí intenté esconderme y me fui hacia uno de los patios intentando hallar un escondite y fue inútil. Me alcanzaron la mamá y la maestra. La madre me increpaba y me hacía ver la mano lastimada de su hijo y el raspón en la mejilla izquierda de su cara; el niño convencido me señalaba con sus ojos mojados de lágrimas; la maestra sólo preguntaba muy tranquila por qué lo había hecho mientras me llevaban a la oficina del director de la escuela para que me impusiera un castigo a petición de la mamá. Aunque yo me defendía negándolo y explicando cómo es que había realmente sucedido, la mano vendada y sus lágrimas pudieron más que la verdad.


Recuerdo que el director sin mirarme demasiado, solo una o dos veces me preguntaba con distanciamiento, después de haber escuchado la versión del niño y la versión distorsionada de la madre de el niño, por qué lo había hecho, que si no tenía modales, que qué me habían inculcado mis padres. Todo su interrogatorio fue en presencia de la madre del niño y de el niño, mientras yo estaba de rodillas viendo hacia el escritorio de la secretaria del director de la escuela siendo por segunda ocasión ignorado en mi versión. Ese fue el castigo que me impuso el director para satisfacer al niño y a la madre, supongo yo, y para validar su posición de manda más en la escuela, sabiendo cómo era el director eso le importó poco, nada más bien. Y, así estuve durante algún tiempo, no recuerdo cuánto pasó, pero me pareció, no eterno, pero si demasiado tiempo sabiendo de mi inocencia. Y, ahí estuve solo, a pesar de tener cerca al director y a su secretaria cerca mío y a los maestros que entraban y salían de tanto en tanto. Estaba solo y enojado y de rodillas, callado y deseando salir de ahí corriendo pero aguante, no sé porque razón decidí quedarme y no salir de ahí corriendo a dónde fuera.

Ahora, lo que realmente importa de esta anécdota es lo que sigue, es realmente de lo que quiero hablar con grande entusiasmo. Continuo.

Estaba solo y enojado y de rodillas, con una sensación de abatimiento y humillado. Y en eso, apareció ella, la chica que me salvaría de aquella angustia y que mellaría la injusticia sobre mi esa mañana del '87 en la Héroe de Granaditas con su presencia y con su voz.

No sabía qué decir y no sabía qué hacer, mis rodillas estaban clavadas al suelo, revasado por aquel tonto e injusto castigo a punto del llanto. Pero, luego apareció ella y en voz baja, desde afuera, me preguntó consternada por qué estaba yo allí y qué había pasado. En mi enojo y en mi llanto profundamente contenido no le contesté, sólo la miré con mis ojos vidriosos a sus ojos y levante los hombros. Entonces, con una poderosa voz de hermana me dijo "Llora, llora, sacalo. No te lo guardes". En ese momento lloré, como si esas palabras fueran mágicas todo el enojo contenido salieron en ese llanto mientras ella me acompañaba desde la entrada. En seguida, el mocoso con su manita fracturada y su mama y la maestra y el director de la escuela, se fueron los cuatro al carajo; me dejaron de importar repentinamente mientras se iban muy muy lejos.

Aun recuerdo de ella la expresión en su rostro y su sonrisa mientras me miraba. Fue cómplice, fue solidaria, fue amiga, fue hermana. Ella me dio su voz y sus palabras yo le di mi llanto. Siempre le estaré agradecido por aquella liberación, por ayudarme a dar el salto. Lo mas triste para mi es que no recuerdo su nombre, pero la puedo ver a ella cada día que pasa con su mirada y sonriéndome.

A ti esta memoria. Gracias, chica.